Fin sinfín.

Abrumada. Somnolienta. Dispersa. Algo bipolar. Distraída. Chispeante. Cualquiera de estos adjetivos definía a Mia. Recordaba haber estado sentada en ese banco en ese parque un montón de veces. El sonido de los pájaros, las conversaciones ajenas que tanto la habían divertido, las vistas y los silencios. Era el sitio que menos palabras de Mia había conseguido. Por eso era tan especial. No era el lugar donde la gente va a hablar, sino un lugar donde sólo habla la vocecita en tu cabeza y a veces, ni eso. 

Cobarde, dispuesta, sin pasión y con furia volvió al parque, se sentó en un banco justo en medio y grito en silencio. Cerró con fuerza los ojos chispeantes. Cuando los abrió alguien se había sentado a su lado. Le miró pero se giro rapidamente mirando de nuevo al frente. El desconocido se levanto y se fue. 
Mia noto que se le caía algo del bolsillo pero no tuvo tiempo de llamarle. Era un papel deforme, como arrancado de un periódico, en el que se leía perfectamente: No grites tan alto o te quedarás afónica

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