Llover sobre mojado.

¿Nunca has sentido al abrir un cajón una sensación nostálgica? Revuelves entre sus cosas y sonries al no haberlas visto desde hace tiempo, incluso llegas a sentir un escalofrío. Esa es la sensación que Mia sentía cada vez que leía "Destellos, balcones y luna llena". En realidad era una especie de amor - odio lo que tenía con ese libro. Amor, porque a pesar de ser la cuarta vez que lo leía ( o eso creía, había perdido la cuenta) las conclusiones que sacaba de él eran diferentes con cada lectura. Y odio porque el libro abría su "caja de pandora", era como un microscopio capaz de hacer visible lo más pequeño, profundo y darle una dimensión más grande, más real.
Y no sólo el libro era el culpable de todo, ella también: era victima y culpable a la vez. Victima de miles de pequeños caos, y culpable de abrirlo. Pero no podía evitarlo, el libro tenía algo "adictivo". Y ya se sabe como son las adicciones, no se pueden controlar (y menos cuando no se quiere).

"Un billete de tren, un destino desconocido, una estación casí vacia. Una mochila llena de objetos sin valor y que no iban a ser usados. Una chica parada (mejor dicho, paralizada), con la mirada fija en las vías, los ojos chispeantes y su largo pelo movido como a cámara lenta...." ese inicio siempre la había puesto la carne de gallina. ¡Ya ves! "... la luz iluminó la habitación, la cama donde un par de personas no dormían, con los ojos rojos de eso mismo hablaban con la mirada, con las caricias suaves y susurraban bajo las sábanas."

Fragmentos, líneas, palabras y párrafos que no eran conscientes de que, en realidad eran testigos de dos historias: la del libro y la de Mia. Pero las sábanas eran las únicas que conocían el final de ambas.

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