No estoy disponible

Los cristales no cortan. Al final una se acostumbra a recoger los restos de lo que cae al suelo, ya sean cristales, pedazos de corazón o malditas verdades. Mia no paraba de pensar en eso y recorría la habitación de un lado a otro. En esta ocasión solo la había durado un semana "¡qué alegría!", pensaba con un sarcasmo anormal para ser ella.

Dejó sin acabar lo que llevaba horas intentando demostrar (esa actitud era nueva. La había adquirido durante estos últimos meses: dejar las cosas incompletas). Lo guardó en el único cajón que nunca abría, apago la luz, salió de la habitación pero no se marchó de allí. Se apoyo en la puerta y suavemente fue deslizando su espalda por ella hasta que acabó sentada en el suelo. Dentro seguía sonando la música, no la había apagado. No quería entrar ya que (no sabía porque) se sentía mejor fuera que dentro. La música la tranquilizaba pero el ambiente de dentro la agobiaba. "No puedo dormir en el pasillo", pensó. De repente el teléfono empezó a sonar. No estaba de humor y sabía que esa llamada no iba a ser fácil. Nunca era fácil (aunque a veces se engañaba y las idealizaba). El móvil seguía sonando... todo el rato... la misma melodía... el mismo sonido ruidoso al no cogerlo. No podía, no lo soportaba. Abrió la puerta rápidamente - para evitar que el mal rollo saliera - lo tiró dentro y cerró con la misma rapidez. Se levantó lentamente, fue a a la entrada de su casa y cogió las llaves. Antes de abrir la puerta, pensó un lugar donde descontaminarse pero no lo encontró, así que decidió ir a buscarlo. 

El sonido del portazo sonó tan diferente que se le puso la carne de gallina.

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