El que no debe ser nombrado.

El miedo nos paraliza, hace que evitemos momentos indescriptibles, irrepetibles o irreales. Hace que nunca realicemos algo que en el fondo no es tan problemático. Por culpa del miedo no nos concentramos. Mia notaba esa sensación, ese querer estar atenta y no poder. Por el miedo. El miedo le tenía atrapada, secuestrada. Ni su peor enemigo le hacía sentirse tan vulnerable (y eso también le daba miedo).

¿Cuántas situaciones había no realizado/comprobado/disfrutado por culpa de eso? Demasiadas. En realidad no era algo extraordinario de Mia; el hombre está formado en su 40% (¿exagero o me quedo corta?) de miedo. Miedo a los animales, a probar determinadas comidas, a practicar algunas acciones por... miedo, no hay otro argumento. Miedo a andar por la noche en solitario, a observar algo cotidiano o imaginario, a algunas personas, a las palabras, a expresarnos sinceramente y etcétera y etcétera..... (ah! Y es que también la superstición es amiga intima del miedo. No nos olvidemos).

Razones las tenía y son perfectamente respetables, pero Mia se había parado en seco y había reflexionado si eso le hacía mejor o peor persona, si eso le hacía más o menos frágil en el mundo, en su mundo.
Frágil, con posibilidad de romperse, de desvanecerse y de desaparecer.No podía ni pensarlo. ¡Qué miedo!.

Comentarios

Entradas populares