Hilos, jerséis y gatos perezosos

Mia se refugió en uno de esos jersey de invierno suaves por fuera y calentitos por dentro, se puso sus calcetines de "no me sacas de casa ni de los pelos", activo el modo avión (del móvil y de su mente) y se sentó a ver un clásico navideño.

Desde hace días se había dado cuenta de lo absurdo de tener un teléfono móvil con el que poder conectarse a todo el mundo, cuando la mayor parte de las conversaciones no necesitan de Whatsapp, ni de chats de ningún tipo. Son inexistentes pero van directas al corazón, tanto que parecen una bomba atómica en Hiroshima y provocaban el mismo efecto. Y además son poco eficaces: hay puntos que se les escapan. Esos que te activan la mente y el estómago con tan sólo oír sonidos inconexos, impredecibles y desiguales (pero tan reconocibles como tu reflejo). Y si, también inexistentes... por lo menos a la vista humana.

No paraba de jugar con el jersey hasta que noto como se descosía y tiró de ese hilo interminable e imposible de cortar. De eso está hecho el corazón, pensó. El gato  remoloneó a su lado e intentó jugar también con el hilo.

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