Carne de gallina

Mia era un cuerpo inmóvil. Como una estatua. El viento sobrepasaba su cuerpo. Lo sentía. Notaba la carne de gallina. Tenía la mirada fija. No le quitaba ojo.  Los ojos de ambos brillaban (unos más que otros). Sólo tiemblan pero no se inmutaban, ni para adelante ni para atrás. Estáticos y posicionados.
 
Había ruido pero, para ellos, el espacio estaba en silencio. Total y absoluto silencio. Su distancia era prudente pero el sonido de la respiración era su banda sonora. Tranquilizador y a la vez definitivo.
 
Pelos de punta. Carne de gallina. Silencio legible. Una lágrima cae y uno de ellos cierra los ojos. El otro se da la vuelta, lentamente, a cámara lenta. 
Cae la noche. Siguen allí. 

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